miércoles, 22 de abril de 2009

Marketing editorial, psicología de consumo.

Un penalista involucrado en la defensa de personas que habían participado de una guerra civil, me comentó una vez respecto de la dificultad de los intervinientes en el tribunal para poner en contexto hechos ocurridos hacía tres décadas, en un país y en un mundo que eran verdaderamente otros.

Otros eran los valores sociales que predominaban entonces, otras las consideraciones de los hechos, otra la filosofía que impulsaba a actuar. Una generación que no había estado presente en el contexto histórico, que no había vibrado con aquellas luchas, que no "había sufrido en carne propia",  hoy debía ser justa. ¿Respetando cuales valores? ¿Los de hoy o los del momento en que los hechos a juzgar habían ocurrido?

Cuando un hombre de mediana edad mira al joven adolescente que él mismo fué hace más de tres décadas, ¿es piadoso con la inexperiencia y la urgencia que aquél adolescente tenía entonces? Cuando es así, quiere decir que acepta serenamente que todo cambia. Que la vida es como un fluido, a la manera en que el filósofo relataba cuando decía "Nunca te bañarás en las aguas del mismo río"

Entonces, no hay verdades permanentes. Ayer -en el contexto de ayer- tenías razón, pero que hoy -en el contexto de hoy- aquella razón puede ser equivocada.

¿Se tiene en cuenta esto en la vida cotidiana? Mejor que se tenga en cuenta. Porque no se puede congelar absolutamente ninguna cosa si de relaciones sociales hablamos. El tiempo transcurre y nos va haciendo otros, y va haciendo otro al mundo y a los demás también los transforma en otros. 

Un padre o una madre son primerizos de cada hijo. Porque ya no serán aquellos que eran cuando vino el anterior. 

Y no es posible volver a ningún estado anterior. El viudo no puede. La que dejó de ser doncella, nunca volverá a serlo. Y si perdés a tu socio porque te fué desleal o se derrumba tu negocio porque cambiaron las condiciones, lo que re-construyas, será otra cosa.

¿Resiliencia aplicada a las personas?. Puro marketing editorial. Solamente un pedazo de caucho retoma su forma luego de un golpe. La gente de carne y  hueso, simplemente cambia. Y eso no significa que no se reponga. Pero si se repone, lo hace desde nuevos supuestos.

Para aprovechar las virtudes resilientes del caucho se inventaron los colchones de gomaespuma. 
Para aprovechar las virtudes de los seres vivos, hay que trabajar siempre en ser flexible para aceptar los cambios y resignificarse en una nueva situación. De los valores. De los semejantes. De uno mismo.

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Aclaración:  Esta nota se escribió basado en la lectura de acciones de marketing editorial disfrazadas de críticas periodísticas de libros sobre el tema. Es una reflexión acerca de la superficialidad del abordaje periodístico "especializado" respecto de temas que merecen mayor dedicación.
Los cronistas se basaban en la acepción original del término resiliencia, vinculado a los materiales inertes, y lo extrapolaban a la conducta humana de un modo que originó mi nota. 
Distintos son los supuestos sobre los que Boris Cyrulnik edificó su teoría. Por ello el título de la nota: MARKETNG EDITORIAL, PSICOLOGÍA DE CONSUMO.

Perros playeros. Con ver gente, está bien.



Chiozza hace notar que cuando uno llega a la casa y hay algún desorden provocado por alguna mascota, si uno se pone a protestar, amenazante, el perro que nada hizo sigue tranquilo moviendo la cola y el que hizo el desorden, baja la cabeza y mete la cola entre las patas. Es una prueba de que estos animales tienen culpa, memoria, y conciencia.

Cualquiera que guste de caminar por las playas del sur, a la vera del mar, se ha sentido con frecuencia gratamente sorprendido de que siempre hay un perro que acude para hacer compañía. Camina junto a uno kilómetros, tal vez juguetea con algún palo o corre a unas gaviotas de a ratos. Pero sigue con uno todo el recorrido. El acompañamiento termina en los límites playeros. Uno se interna en el pueblo, pero el perro vuelve al lado del mar.  Ambos disfrutamos del momento convergente.

Esto lo hacen a cambio de la misma gratificación que uno obtiene: Un rato de compañía. No piden comida ni abrigo, a veces ni siquiera caricias. Lo mismo que dan, es lo que suelen esperar. Es así de simple. La armonía que brinda el caminar junto al mar, el escuchar la brisa en la piel y la música zen del mar yendo y viniendo. La visión de ese agradable horizonte nos brinda a los caminantes (a los dos caminantes) un reparador equilibrio. Un equilibrio que no se rompe. Salvo que . . .

Salvo que alguien no sepa, no pueda, mantener ese equilibrio. Entonces, ese alguien piensa que el perro se enamoró de él. Que ese perro quiere ser adoptado, o abrigado o alimentado.  Esa falta de percepción del anhelo del otro,  esa equivocación se transforma muchas veces en acto. Y ese alguien equivocando el mensaje de la armonía zen del mar, el horizonte, la brisa, las gaviotas, el andar y los perros, rompe el equilibrio. De la playa, del momento completamente desaprovechado y de la vida del otro (que es el perro) y seguramente de más otros.

No voy a abundar. Ya se sabe: El perro, que disponía de un lugar vital de muchos kilómetros de extensión, junto a otros congéneres con los que se reproducía, jugaba, competía y armonizaba. . . termina desarraigado, castrado, vacunado, bañado, rapado y viviendo en el mejor de los casos en el fondo de una casa o en un departamento, hipótesis ya trágica. El relato del "adoptante", hablando de que en verdad el perro con su mirada "triste" pedía ser adoptado y otros detalles bizarros, me los ahorro.

Es notable lo mucho que les cuesta a algunas personas comprender que cada uno tiene su propio universo interior. Que cada uno tiene sus propios anhelos, su propia imagen de lo que quiere como futuro, su personalísima idea del bienestar, o simplemente del estar. Y que cuando dos se acercan, y comparten una parte del camino de la vida, no es porque sean iguales. Simplemente es porque han coincidido en este tramo del camino, y pueden transitarlos juntos armónicamente no porque son iguales sus caminos, sino porque de momentos son convergentes.