Para el mismo fin, otro usa una soga y alguno simplemente el agua a la que se arroja desde algún puente.
¿Trenes tóxicos? ¿Soga tóxica? Agua. . . ¿Tóxica? La verdad es que nunca lo escuchamos, y a nadie se le ocurre semejante disparate de calificar a cualquier cosa de ese modo. Porque queda claro que no son las cosas las que son dañinas. La verdad es que somos nosotros los que podemos tener contacto con ellas para beneficio o para perjuicio. El afán de daño no está en las cosas. . .
La carrera por ganar dinero a costa de los demás, de la inocencia de los demás, de la angustia de los demás, de la insatisfacción de los demás, pero especialmente a costa de las ganas de mejorar, de saber, de iluminarse de los demás llega a extremos casi siempre reñidos no solamente con los valores humanos usualmente universales, sino a transformar conceptos francamente estúpidos en "verdades reveladas" completamente disparatadas.
Tratando de hurgar en el tema de la toxicidad, me encuentro con que al negocio editorial se le suman innumerables rebotes en los más diversos tipos de sitios en internet que amplifican y hacen eco de las gansadas que se han puesto transitoriamente de moda. Y lo peor es que esos sitios lo hacen -en su gran mayoría- sin complicidad conciente. Lo hacen con la pretensión de divulgar un nuevo descubrimiento científico.
Por supuesto, como de costumbre, nos limitamos a señalar la falta de contribuciones al desarrollo de la evolución humana. No nos ponemos a tratar de descubrir conspiraciones por detrás de estos sucesos.
Ahora, si no existen las categorías de tóxicos en las cosas, sino el deseo de intoxicarse por diversas razones en algunas personas en algunos momentos. . . ¿Podemos clasificar a algunas lecturas como tóxicas?
Veamos. Hay libros de calidad y otros no. Hay todo tipo de lecturas. . . para todo tipo de fines.
Pero si existe una lectura que se presenta como erudita, por ejemplo, y en realidad es una chapucería ¿qué diríamos de ella? ¿Libro tóxico?
No. Chapucería. El daño no puede estar en el libro. El daño está en creer a rajatabla, en no razonar, en tenerle más respeto a la palabra escrita que al propio raciocinio. Así como la capacidad de daño con el agua o la soga o el tren es dependiente de lo que se haga con ellas. No son tóxicas de por sí. Los libros o la gente tampoco.
Para ganar en la lotería hay que ser el dueño del casino. Él gana cada noche. Es el camino infalible.
Para triunfar en su profesión se deberá trabajar duro, ser perseverante y flexible y especialmete respetuoso de sus clientes. Esto no es infalible, pero acerca mucho a la meta.
Las relaciones amorosas requieren también de respeto por los demás, esmero en la construcción de la propia valía, y enorme capacidad para soportar las frustraciones que -siempre- vienen incluídas en el menú amoroso. El éxito será llevar una buena vida, que requiere de estos tres componentes siempre.
Quien lee ávidamente en la búsqueda de recetas mágicas para ganar la lotería, para triunfar en su profesión o en las relaciones amorosas, se está buscando un camino seguro a la frustración y el dolor que ella conlleva. Y si lo que lee es chapucería disfrazada de erudita, está acortando el camino.
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