Todos, o la mayoría, para salir del edificio metían la llave, la giraban y tiraban de ella, para abrir la puerta.
Naturalmente, cada tres o cuatro meses había que reparar el tambor, que se deterioraba con el uso indebido que se le prodigaba.
Cincuenta unidades, dos llaves por unidad, era una fiesta para el cerrajero por lo menos cuatro veces por año.
Esta vez lo hice venir yo. Le dije: "-Vamos a poner la cerradura invertida. En el marco el macho y en la puerta la hembra."
"-No se puede"
"-Sí se puede. Hay espacio en el marco."
"-Pero, no está hecha para funcionar así." (No podía concebirlo)
"-Hagamos la prueba"
Hace muchos años que no se deteriora. En verdad, nunca más, y hace más de diez años que no viene el cerrajero. Es cierto que ahora para entrar y salir hay que usar las dos manos, una para liberar la cerradura y otra para arrastrar la puerta desde una manija puesta al efecto.
Pero la cerradura permanece siempre usada del modo correcto.
Puede ser -entonces- que haya un modo no concebido por un experto de hacer funcionar algo.
Y ¿Porqué no probarlo?
Esa es la idea.

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